Pequeñas Jornadas
IX JORNADA
2 de Octubre 1886

Todavía estamos en Arenas en Cabrales, y, aunque el tiempo avanza, detienenos aquí la exigencia de muy bondadosos amigos. Con tal motivo hubimos de tratar a la mayor parte de sus honrados vecinos, y de ellos recibimos tales muestras de estimación y aprecio que faltaríamos a las reglas más elementales de cortesía si no les diéramos hoy públicos testimonio de gratitud, que durarán durante, no lo duden, cuanto dure la vida.

De Arenas, que es curato patrimonial de sus hijos pilongos, y se llamaba Abadía de Llas, arranca la famosa Calzada de Caoro que muchos tienen por calzada romana. Dirígese desde Arenas ese antiquísimo camino de Sotres, a los campos de Aliva, o por otro nombre, de la Reina y Espinama de Liébana, desde cuyo último punto se divide en dos líneas, una que entra en la provincia de León, por Valdeón, y otra, que atravesando la Liébana, pasa a la de Palencia por Cervera del río Pisuerga. A estos caminos se les llamó de muy antiguo militares y estratégicos, y han servido para comunicarse Asturias por ellos con dichas provincias y por los mismos hizo una admirable y atrevida marcha en 1810, el general Porlier, quien habiendo desembarcado con 800 hombres en Cuevas del Mar, emprendió la ascensión a Cabrales provisto de gran impedimenta y, pasó a Liébana, por la Calzada de Caoro con todo su ejército y convoy.

A corta distancia de Arenas, en dirección al Oeste, cruzamos el pueblecillo de Póo, situado a la margen derecha del Casaño, en suelo llano, y creemos, por lo tanto, expuesto a ser inundado en las crecidas del río. Póo de Cabrales, como otros muchos pueblos del partido judicial de Llanes y del de Cangas de Onís, es curato de presentación del Conde de la Vega del Sella. Es en Póo notable por sus dimensiones la casa palacio de los Pérez de Bulnes que con los bienes a ella anejos poseyó con carácter vincular D. Pedro Inguanzo Porres, vecino de esta Villa y primer Marqués de los Altares.

Caminando a orillas del Casaño se llega pronto a la Villa de Carreña, capital del Concejo en que estamos; de pobre caserío situado en terreno desigual y entre elevados montes, diseminado su vecindario en diferentes barrios, nada justifica que sea la capital del Concejo, hoy menos que antes, porque la carretera en construcción pasa de Arenas, llegando a los límites orientales del municipio. El señor Madoz, en su Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España, asegura que una antiquísima casa existente en Carreña y en su barrio de la Ría, fue la solariega y primera, de consiguiente, que habitó la antigua familia de los Noriegas. Aunque nosotros vivíamos en la creencia que los Noriegas eran oriundos del valle de Ribadedeva, y así lo manifestamos en una de las anteriores Jornadas, no hemos de discutir este punto que, en realidad debieran procurar esclarecer los interesados que con tal apellido se honran; mas sea de ello lo que quiera, si es muy cierto que el apellido Noriega, abunda en Cabrales, tanto como en Ribadedeva, sin que tampoco escasee en Llanes y pueblos inmediatos.

En tiempos más próximos, que no por eso dejan de ser viejos para nosotros, era en Carreña familia muy principal la de los González de Huerdo, uno de cuyos individuos, D. Toribio, fue nombrado por el Rey D. Felipe IV, en el año 1625, Regidor perpetuo de la Villa y Concejo de Cabrales.

Radica también en Carreña la familia de Bárcena, de cuyo tronco brillaron en el presente siglo ilustres descendientes. Fue de estos, D. Pedro de la Bárcena y Valdivieso, Capitán del provincial de Oviedo al estallar la guerra de la Independencia. Teniente Coronel de los regimientos de Candás y Luanco, Y Coronel de Fernando VII, en pocos días la junta suprema del Principado le nombró Brigadier en junio de 1808. No es ocasión oportuna de hacer la biografía de este bravo militar, limitandonos a dejar consignado que comenzó y concluyó con lauro la citada guerra. Valiente, sufrido, pundonoroso, entendido en la dirección y sereno en la pelea, dio con otros muchos héroes, días de gloria a su patria. Concluida la guerra y ya obtenida la alta graduación de Teniente General, fue en tiempo del Rey Fernando director de milicias provinciales. Murió este eminente cabraliego apenas comenzaba la guerra civil y sin darle tiempo a que su ánimo se entristeciera al ver cuán despiadadamente se destrozaron durante siete años los hijos de una misma patria. Un hermano suyo fue monje benedictino en San Salvador de Celorio.

Hijos de D. Pedro de la Bárcena fueron D. Pedro Alejandro y D. Ramón de la Bárcena y Ponte, militares como su padre, y como él, entendidos y esforzados. Sirvió el primero en la Guardia Real provincial, fue Coronel del provincial de Oviedo, distinguiéndose por su arrojo durante la guerra civil y muy especialmente en la Batalla de Ramales, sobre cuyo campo de batalla fue nombrado por el General Espartero Coronel de Infantería. Al crearse la Guardia Civil se le confirió la Comandancia del Tercio de Castilla la Vieja y ascendido a Mariscal de Campo se le nombró Capitán General de Canarias en el año 1865; fue diputado a Cortes en los Constituyentes de 1836 al 37; murió, si mal no recuerdo, en el año 1874 en su casa del Collado, en Peñamellera.

Amante de su país D. Pedro Alejandro, encargó a un entendido ingeniero, su amigo, que examinara el canal de Trea en tiempo que se trataba de comunicar Asturias con Castilla, por medio de una vía férrea, y por tan competente autoridad supo que era ese uno de los mejores puntos de la alta y prolongada cordillera que separa Castilla de Asturias, para dar entrada a esta provincia al ferrocarril, oponiendo solamente que las gargantas formadas por las montañas ofrecían poco desarrollo, inconveniente que podría salvarse con facilidad. Pero ni esa ni otras observaciones que entonces se hicieron, pudieron cosa alguna ante la actitud absorbente y resuelta de Oviedo y Gijón. Hoy asturias ya tiene ferrocarril, pero gracias a esas dos poblaciones, solo presta beneficios a los pueblos situados entre las diez o doce leguas que atraviesa; pero en cambio, y sin tener en cuenta muchos millones que han costado tiene la ventaja de ofrecer un peligro permanente.

D. Ramón de la Bárcena, hermano segundo del anterior, persona de estimables prendas de carácter y militar de gran corazón, hizo como su hermano la Guerra Civil.

Hallándose en 1843, de guarnición en Barcelona, al frente de un batallón del Regimiento de Saboya, asuntos de familia le indujeron a pedir el retiro, que ya tenía concedido, cuando se pronunció la Junta central. Por delicadeza, e impulsado del honor militar, se viste el uniforme, sale a ponerse a las órdenes del Capitán General, y atravesando una de las calles de la Ciudad Condal, muere víctima de las iras populares aplastado por un mueble arrojado de una casa.

Es saliendo de Carreña uno de los primeros pueblos que se encuentran, Inguanzo, de corto vecindario como todos los de Cabrales, y en él existe la anomalía de pertenecer en lo espiritual, por mitad a las parroquias de Carreña, y Berodia. En Inguanzo nació, durante el primer tercio del siglo pasado, D. Pedro de Alonso Díaz; caballero de la orden de Alcántara. Administrador general de la cruzada, primer Marqués de Santa Cruz de Inguanzo, vecino y gran propietario que fue en Méjico, a él pertenecía la gran hacienda llamada de Calderón, en Cuernavaca de Méjico, y a sus expensas se edificó en 1780 la iglesia filial de su pueblo nativo. Murió sin descendencia. El sucesor en el marquesado de Santa Cruz de Inguanzo, D. José Ibáñez, aunque oriundo de Asiego por línea paterna, y de Pendueles por la materna, nació y estuvo avecindado en Sevilla, fue diputado a Cortes, director y propietario del renombrado periódico titulado El Pensamiento Español, redactado por escritores tan distinguidos como Navarro Villoslada, Tejado, Garrido y otros de reconocida fama, quienes recibían inspiraciones del Marqués de Miraflores, y de D. Cándido Nocedal.

Fue patria Inguanzo de D. Cándido Pérez Posada, llamado El Licenciado de las Tres PP, distinguido abogado que falleció en los primeros años de este siglo, y en Inguanzo nació D. Joaquín Alonso, quien siendo modesto Teniente del Ejército fue herido y prisionero de los franceses en la acción de Cangas de Tineo, y condenado a vivir durante varios años en el extranjero suelo, mientras sus hermanos luchaban con pasmosa tenacidad por arrojar del país a los mismos que le tenían encarcelado.

Del seno de nuestra patria brotaban durante la guerra de la Independencia, tantas veces citada, héroes sin cuento; de muchos nos habla la historia, de no pocos calla sus nombres, aunque no por eso sean menos dignos de pasar a la posteridad, siquiera no hayan salido de la humilde esfera de simples soldados. A estos perteneció Fernando Alonso, natural de Inguanzo, infatigable soldado en toda la guerra de la Independencia, hallándose y distinguiéndose el día 31 de agosto de 1813 en la memorable batalla de San Marcial. La valentía, arrojo y serenidad que demostró ese día el 4.º ejército español, compuesto en su mayor parte de asturianos y gallegos mandados por D. Manuel Freire, inspiró al generalísimo inglés Lord Wellington la proclama que a continuación transcribimos con orgullo.

Guerreros del mundo civilizado, aprended a serlo de los individuos del 4.º ejército español que tengo la dicha de mandar. Cada uno de él merece con más justo motivo que yo el bastón que empuño: el terror, la arrogancia, la serenidad y la muerte misma, de todo disponen a su arbitrio. Dos divisiones inglesas fueron testigos de este original y singularísimo combate, sin ayudarles en cosa alguna, por disposición mía, para que llevasen ellos solos una gloria que no tiene compañera en los anales de la historia. Españoles, dedicaos todos a premiar a los infatigables gallegos; distinguidos sean hasta el fin de los siglos por haber llevado su denuedo y bizarría a donde solo ellos mismos se podrán exceder, si acaso es posible. Nación española, la sangre vertida de tantos Cides victoriosos, 18.000 enemigos con una numerosa artillería desaparecieron como el humo para que no nos ofendan jamás. Franceses huid pues, o pedid que os dictemos leyes, porque el 4.º ejército va detrás de vosotros y de vuestros caudillos a enseñarles a ser soldados.

Fernando Alonso, que perteneció a este ejército de leones, tan recomendados a la patria por Wellington, murió a los noventa años de edad en su pueblo de Inguanzo, donde vivió concluida la guerra, sino en la indigencia, con la mayor estrechez. La patria no se acordó de él, nada le dio.

De Inguanzo fue también hijo benemérito D. Juan Alonso Huerdo, quien habiendo adquirido en Méjico muy buena fortuna compró la mencionada hacienda de Calderón, de la cual fue secuestrado en marzo de 1869, muriendo por consecuencia de ese hecho, soltero e intestado. Recordando a Inguanzo había dispuesto en vida fundar en él dos escuelas públicas para niños de ambos sexos, remitiendo al efecto, desde Méjico, siete mil pesos que se emplearon en comprar y reparar las casas y en valores públicos, los que producen hoy 10.000 reales de renta anual. A lo que parece se hallan sin proveer los cargos de maestros de esas escuelas con grave perjuicio de los vecinos de Inguanzo, y no dándose con ello cumplimiento a los deseos del generoso donante. Excitamos al celo de D. Vicente Alonso Simón, residente en Méjico, representante del abintestato y de los herederos de D. Juan Alonso, para que cumpla en todas sus partes los deseos de su generoso pariente, ya que ha vencido las principales dificultades que para el objeto se le presentaron, hábil y sabiamente dirigido por un distinguido llanisco cuyo nombre no necesitamos revelar.

Próximo a Inguanzo se halla el pueblo de Berodia, patria del sabio y virtuoso eclesiástico D. Fernando Prieto Mestas, de quien tuvo la honra de ocuparse El Oriente en el n.º 47 correspondiente al 20 de febrero último.

A Berodia, donde tienen considerable caudal, trasladaron su residencia los Bárcenas, y allí han vivido los esclarecidos miembros de esa familia que acabamos de nombrar. La iglesia de Berodia que hasta el año 1852 valía poco, hoy satisface cumplidamente las necesidades de la parroquia por haberse reedificado en ese año a expensas del Erario público, merced a las gestiones del infatigable y distinguido llanisco, muy querido amigo nuestro, Sr. D. José de Parres Piñera, oficial entonces del Ministerio de Gracia y Justicia. Con el tiempo tal vez se hayan olvidado este y otros importantes servicios que el Sr. Parres prestó desinteresadamente a su país, si así sucedió, no creemos se sienta por ello molestado, pues en medio de los desengaños y amarguras de la vida, al que ha obrado bien siempre le queda la satisfacción de sus actos, y al ingrato no han de fallarle momentos, en que las negras sombras del desvío acuda a su memoria y torturen su corazón.

Descendiendo de Berodia al pueblecillo de La Molina, bien conocido por el sabroso queso que elaboran sus habitantes, es aquí oportuno, para terminar, dejar consignado que, según el docto D. Aurelio Fernández Guerra, el río Casaño, La Molina y canal de Trea, en dirección a Caín y Posada de Valdeón constituyen la frontera oriental de los antiguos cántabros cóncanos, y, la occidental, de los cántabros selenos de cuyos primitivos pobladores de esta zona de Asturias se hizo ya mérito en una de las anteriores jornadas.



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