Trova de Cabrales

 

En Carreña no hay que hacer,
si no es Don Manuel, que a tiempo
da por allí sus oleadas
y le dan algún respeto
los que le llevan sus jazas,
los otros por cumplimiento.
Éste me ha de perdonar
porque yo ya estoy resuelto
a decir lo que supiere
de grandes y de pequeños,
y no quisiera agraviarle
pero no tiene remedio.
En fin, lo peor que tiene
es vender fuera de precio
sus granos a desvalidos;
no le envidio su ministerio.

Si ha habido buenos calzones
en este mísero pueblo
vayan a verlo a la iglesia,
mas al fin dejemos eso,
que no soy de este lugar
vecino, ni pienso serlo,
y con razón me dirán:
¿A ti quién te mete en eso?
Yo por caridad lo digo,
respondo porque estoy viendo
que no lo hacen muy bien
los hijos que están bien puestos.

No hay luminaria, ni ropa
aunque se ofrezca un entierro.
Uno que estaba mirando
cuando yo estaba escribiendo
me dijo: ¡Extraño mucho
que sea la causa de esto
Don Manuel de la Bárcena Argüelles,
siendo tan caballero,
tan prudente y tan capaz,
tan cristiano y limosnero,
tan generoso y afable,
tan tarantán y tan bueno!
Yo le respondo: Amigo,
qué sé yo, allá sus abuelos
se lo habrán dejado así
y el quiere seguir tras ellos.
Pero los tales vecinos
son unos grandes jumentos
porque no les falta más
que ponerles aparejos.

En la Llana hay una gallina,
no tiene pluma ni pelo,
metido allá en su rincón,
en su negocio y provecho,
y en muriendo el capellán,
Resquiat In Pace aquello.



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