Bellezas de Asturias
DE COVADONGA A CAÍN

—Este año quiero ir con V. a los Picos de Europa; deseo conocer aquellos paisajes.

Esto me dijo un día mi amigo el joven fotógrafo Celestino Collada, a quien le respondí:

—Irás, pero te advierto que esta vez voy a seguir un itinerario por el macizo occidental, lleno de peligros, según dicen los que lo conocen.

El día siete de agosto de 1926, a las dos y media de la tarde, salimos de Covadonga en automóvil, para los lagos de Enol y de la Ercina. La distancia es de 13 kilómetros por una pendiente fortísima.
Van con nosotros nueve excursionistas a quienes no conocemos. Al principio, la carretera está festoneada de árboles que nos dan sombra. En las praderas se ven algunas mozas esberenando hierba; y sobre el barranco, los calderos cargados de mineral que bajan por el cable de la mina Bufarrera, luchan por salir de la catenaria en que están hundidos.
Volviendo la vista atrás se contempla un paisaje magnífico; en medio de él aparece la basílica de Covadonga irradiando luz sobre el follaje que la rodea…
Se detiene el automóvil y nos apeamos para asomarnos al mirador de la Reina, donde se respira el aire perfumado por todas las flores de la montaña, y se admiran cuadros de gran belleza: florestas que trepan por entre las rocas; extensas praderas donde, en manos del segador, centellea la guadaña, y se oye el sonido acompasado que produce su filo al cortar la jugosa hierba; valles risueños y grupos de casitas blancas que parecen bandos de palomas reposando en nidos de esmeralda; vellones de niebla de plata, que, al ser cardada por la brisa en las aristas de las peñas, se convierten en hilos luminosos; todo esto aparece bañado en la luz de un sol esplendente…
Continuamos la marcha dejando a la izquierda la peña del Elefante, y un poquito más allá, por una escotadura de la roca, vemos un campo de gran extensión.

—¿Qué campo es aquel?— pregunté al chófer.
—Es la vega de Comeya.
—¡Ah! Ya oí hablar de ella; esa vega tiene una leyenda.
—¿Es bonita? ¿Quiere V. contármela?— me dijo una de las señoras que nos acompañaban; dama elegante, distinguida.
—Con mucho gusto: Dicen que en el cabañal de la vega había una zagala hermosa; la cortejaba un pastor de Cangas; pero los mozos de Onís no veían bien aquellos amores, lo cual dio motivo a una gran paliza entre los mozos de ambos pueblos; y en la refriega murió el novio de la zagala.
Se formó proceso, y el pueblo de Onís fue condenado a entregar a Cangas la propiedad de la vega, o un mozo elegido por la suerte, para sacrificarlo en el sitio donde habían dado muerte al pastor. Onís optó por lo primero, y desde entonces acá, la vega pertenece a Cangas. Y nada más.
—¡Qué leyenda más dramática; que interesante!— dijo la dama.

El automóvil sube despacio. A la derecha, lindando con la carretera, hay una majada donde el turista puede encontrar abrigo.
Un poco más adelante, al doblar el Collado de las Veleras, ¡Que sorpresa! aparece ante nosotros el lago Enol; en su cristal azul se refleja la montaña velada por la niebla.
El automóvil sigue por el borde del agua rizada por la brisa; luego de andar poco más de 600 metros, al volver una curva, aparece también por sorpresa en medio de una vega el lago de la Ercina…
Nos quedamos solos mi compañero y yo. Un pastor de aquí, se ofrece para acompañarnos al día siguiente hasta la majada de Ariu...
Mientras Collada hace algunas fotografías, yo me siento con el pastor, a la vera del lago Enol, sobre un campo cubierto de cardos enanos que lucen flores de azul cobalto. En la vega de Segornín, pace un rebaño de vacas…

—¿No sabe V. por qué está aquí esti llagu?— me preguntó el pastor.
—Sé que hay una leyenda acerca de esto; pero, a ver, cuéntemela usted.
—Mire: Aquellas cabañinas que están allí, casi tocando en el agua, llámanse las cabañas de la vega de los Acebos; son las más antiguas de por aquí, más que aquellas otras que se llaman las cabañas de la Piedra el Llagu.
Un día aparecióse por aquí la Virgen, pidió posada a los pastores de estas últimas cabañas y no i la dieron; pidióla a los de la vega del Acebo y diéronila. En esto dijoyos la Virgen:
—¿Tenéis daqué ganau ahí en frente?
—Sí, señora.
—Pues sacailo de allí, ahora mismo.
Sacáronlo; y por la mañana apareció la majada convertida en esti llagu. La Virgen castigó a los pastores porque la trataron mal. Yo así lo oí. ¿Usted que dice de esto?
—Que será verdad.

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El lago se halla a 1145 metros de altura, tiene 425 de largo, 300 de ancho y 15 de profundidad. En sus aguas hay abundancia de tencas y cangrejos, y en ellas se reflejan las Porras de Enol y del Lago, peñascos enormes que se yerguen a su vera como guardianes de las ninfas que atesora en su seno…
Pasamos la noche en el barrio minero. El día amanece despejado, y nos preparamos para ir hacia Caín, no por el ramal de carretera que conduce a la vega del Huerto, de donde arranca el sendero de Peña Santa, -a cuya cumbre se llega en tres horas- y luego, por el collado de los Mesones se baja a Caín; nosotros vamos a ir por la majada de Ariu y pasar la temible canal de Trea.
Nos ponemos en camino a las siete y media. En vez de un guía llevamos dos por causa de transportar el tren fotográfico de mi compañero; mi equipaje es siempre el mismo: un cayado, buenos prismáticos, un kodak y cuadernos para tomar notas.
La extensa vega de la Ercina, cuyo lago sirve de espejo a las zagalas, aparece llena de ganado paciendo. Suena el tintineo de esquilones y cencerros, música campestre que acompaña el canto de los pastores.
Salimos de esta hermosa vega y entramos en Camporredondo. Huele a Tomillo. Sobre el tapiz multicolor se destacan insectos de vivos reflejos, y los rayos del sol naciente se hacen polvo de oro sobre las alas de las mariposas que danzan sobre las flores.
A la derecha de Jou de la Veduyal, aparece un frondoso bosque de hayas. Subimos a buen paso la cuesta de la Cueña, y más allá pasamos por un cantizal cubierto de árboles, y tomamos la penosa subida de la sierra de las Bobias, donde se hallan algunas cabañas.
Entramos en Cabeza de la Forma, océano de caliza gris. Este paisaje produce tristeza; grupos de rocas peladas ascienden ondulando hasta la cadena de agujas que une a Peña Santa de Enol con Peña Santa de Castilla, que se alzan soberbias a nuestra derecha, al Oeste. Sus moles brillan al sol como acero repujado.
Peña Santa de Castilla es una de las cumbres de los Picos de Europa más difícil de escalar, después del Naranjo.
Avanzamos un poco más y aparece ante nosotros un grupo de cumbres del macizo central: la Torre de Cerredo y la de Llambrión con sus contrafuertes, que avanzan amenazadores, tajados sobre el Cares.
Después de tres horas de marcha, a buen paso, entramos en la majada de Ariu, en la que hay doce cabañas habitadas durante el verano, por ancianos, jóvenes y niños del pueblo de la Rebollada, concejo de Onís. En ellas encuentran abrigo los que lo pidan.
La estructura de estas cabañas es distinta de las de Portudera; no están divididas en departamentos como aquéllas; en un lado está la cama de hierba en un tablero levantado medio metro del suelo; y en otro, el fuego, delante del cual hay un sete. Estos pastores hacen un queso parecido al de Cabrales.
La majada forma un hondón rodeado de peñascos sobre los que se destaca la cumbre de Peña Santa de Enol. Dese Ariu se va en tres horas a cualquiera de las dos Peñas Santas, cuyas cúspides distan entre sí kilómetro y medio.
Llega una pastora y nos dice:

—Allá arriba hay una vaca herida y sin duda fue el oso; porque el lobo hiere de otra manera.

Y presentó un puñado de pelo que había cogido enganchado en los espinos. Lo examinan los pastores y dicen que es pelo de oso, y se lamentan de no poder cazarlo porque el macizo occidental es parque nacional y está prohibido matar los animales que hay en él.
Una zagala de singular belleza se interesa por saber lo que escribo en mi cuaderno, y satisfago su curiosidad.
Tomamos un poco de alimento y nos acostamos sobre el campo. A la una de la tarde nos pusimos en camino, con tres guías de Ariu.
Por un sendero endiablado vamos saltando llercios a través de peñas blancas que forman ondas titilantes bajo la luz de un sol abrasador.
Cazadero del Diablo, llaman los vecinos de Onís a este caos de rocas elevadas; y agregan:

En los Picos de Cornión,
donde el diablo se posó,
donde Dios puso la nieve,
la que nunca se quitó.

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Pasamos por el Jitu de la Cistra, cerquita de Cabezallambria. En el Arenal tengo que vendarme una pierna y curarme con yodo una herida que acabo de sufrir en una mano al caer encima de una lastra. Aquí, sobre una piedra hay dos cruces grabadas y una O. Las cruces indican el límite de Asturias con León. La O es la inicial de Onís, a cuyo concejo pertenece una parte de este puerto.
En el Arenal comienza la Canal de Trea. El aspecto de la bajada por esta estribación, es imponente. El paso por la Valleya de Huertorrey está cubierto de hierbazal verdino, tumbado -los pastores lo llaman cerru-, sobre el que no se puede hacer pie; parece que caminamos por una pendiente encerada. En cuanto me levanto de una caída otra vez vuelvo a caer.
Se apodera de nosotros la sed. Masticamos hierbas, que apenas tienen jugo. A las tres y media llegamos a la cueva de Trea con las rodillas casi desarticuladas. En esta cueva pueden refugiarse los alpinistas. Aquí descansamos un rato, y continuamos bajando por entre hierbaza que casi nos cubre. El camino hasta aquí no es peligroso. ¡Agua! ¡Allí hay agua! ¡Gracias a Dios! Un poco más abajo de la cueva de Trea, a mano derecha, en un rico manantial apagamos la sed.

Ahora el camino es una gravera que nos envuelve los pies y nos los hiere. Todo el tiempo tenemos frente a nosotros y cada vez más cerca los colosales contrafuertes de la torres citadas, y a derecha e izquierda peñascos enormes.
Entramos en un boscaje y remontamos el collado del Tornu. Desde aquí, se admira en dirección de la corriente del Cares un paisaje de belleza imponente; conmueve y espanta su indescriptible belleza.
Otra bajada penosa, donde las piedras ruedan bajo nuestros pies. Ahora una subidita, y a la izquierda un precipicio que nos asusta; aquí se han despeñado algunas personas.

—¿Ve V. aquel prado pendiente sobre el precipicio? —me dijo uno de nuestros guías—. Se llama el prado de Largasoga. ¿Y sabe usted por qué? Un día se puso a segar allí un pastor, y su mujer tenía de él con una soga. En esto le dijo el pastor:
—¡Larga soga!

Largóla; pero el pastor volvió a decir:

—¡Larga soga!

—¡Allá va toda!

La mujer soltóla del todo y su marido despeñóse por allí abajo.

A las seis llegamos a Caín; tardamos cinco horas desde la majada de Ariu: total, ocho desde el lago de la Ercina.

Caín pertenece a la provincia de León; se compone de dos barrios, Caín de Abajo y Caín de Arriba. Se halla a 500 metros sobre el mar, metido en un hoyo hermoseado por nogales gigantescos y praderas fertilizadas por el Cares, en cuyas aguas abundan las truchas de una manera extraordinaria. El pueblo ha levantado a su cuenta una casa para escuela.
Los grupos de alturas que rodean a Caín, están coronados por Peña Arzón; Torre del Juracau; Torre Blanca, risco que tiene cerca de su cúspide una cueva en la que, según la leyenda, aparece una bolera de oro todos los años la mañana de San Juan; Piedra Lengua y Torre Santa o Peña Santa de Castilla, pues de las dos maneras la llaman en la comarca. Dice un cantar:

Altos son Picos Urriellos,
altos son por maravilla;
más alta es la Torre Santa,
que se ve todo Castilla.

En Caín se encuentra hospedaje pasable. No hay que contar con leche, porque durante el verano todo el ganado está en los puertos; tampoco hay ninguna clase de bebidas; será difícil encontrar en todo el pueblo una botella de vino, cosa que a mí no me preocupa nunca.
De caín se puede salir a caballo por Posada de Valdeón; la distancia es de siete kilómetros. Y de Posada a Espinama, o a lo alto de la carretera en el puerto del Pontón, se llega en unas tres horas.



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