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Don Jaime, el inglés de Tresviso.

Las peñas de los Picos de Europa han sido testigo de historias tan singulares como nunca las habíamos imaginado. Una de ellas es la de Mr. James Pontifex Woods, a quien sus contemporáneos conocieron como "Don Jaime de Tresviso".

Unas líneas del diario de Gustavo Schulze, escritas a principios de noviembre de 1906, registran la intención de este geólogo y alpinista de pasar unos días en Comillas en compañía de alguien llamado Mr. James Pontifex Woods 1., de quien señala que vive en Comillas y trabaja en las minas desde hace más de 20 años. Como sospechábamos que las minas aludidas, al menos parte de ellas, debían estar en los Picos de Europa, una cierta curiosidad recorrió nuestro pensamiento al leer esa anotación… ¿Quién sería el señor Woods, que tan largo vínculo llegó a tener con nuestras montañas?

El nombre se fijó en nuestra memoria y, a partir de ese momento, comenzaron a aparecer pistas, ya que Mr. Pontifex Woods ha sido mencionado en diversos escritos y publicaciones, como Fita (1899) 2., o muy recientemente, en el volumen "El metal de las cumbres" (Gutiérrez Sebares, 2007), aunque, por lo general, las referencias a su persona siempre fueron parcas. Sin embargo, las respuestas a muchas de las preguntas que nos hacíamos las encontraríamos en un interesante y poco divulgado libro de viajes, "The Highlands of Cantabria", publicado en 1884 por los ingleses Mars Ross y H. Stonehewer-Cooper. En esta obra 3., los dos autores cuentan el viaje que realizaron en el otoño de 1883 por lo que ellos llaman las tierras altas de Cantabria, término en el que también se incluía Asturias. En realidad, el libro hablaba, sobre todo, de los Picos de Europa, unas montañas que, según señalan Ross y Stonehewer-Cooper, "todas las enciclopedias y guías dicen que son casi desconocidas y muy difíciles de escalar".

Su estancia en el norte de España duró varios meses y, durante la misma, Ross y Stonehewer-Cooper pasaron por Tresviso, donde conocieron a la familia Woods. El relato que hicieron de esta visita nos revela un ambiente familiar y social al más puro estilo inglés, un mundo de gran refinamiento, insospechado para aquella época en tan remoto rincón de los Picos.

Cuentan Ross y Stonehewer-Cooper 4. que Woods vivía en Tresviso en compañía de su esposa, una mujer con una formación muy completa, dos hijos y dos criadas, una inglesa y otra española, y que se dedicaba a la investigación y beneficio de los yacimientos minerales existentes en los alrededores de su apartado lugar de residencia. Añaden que la casa de los Woods era una notable construcción de madera, "como un bungalow", levantado en una ladera desde la que se ven vistas de gran interés y belleza. Esta casa, situada a cierta distancia de la aldea, estaba rodeada de un hermoso jardín en el que se cultivaban flores y hortalizas. Adosado a un lateral de la casa, había un pequeño establo, destinado a un pony o a un burro. En el interior de la vivienda, destacaban las paredes del salón principal, repletas, desde el suelo al techo, de pájaros disecados y otras muchas curiosidades, como una gigantesca piel de rebeco cobrado cerca de la casa, o las alas extendidas de un águila enorme, ya que el dueño de la casa era un gran naturalista.

En aquella ocasión, los Woods alojaban en su casa a otra dama inglesa, la señora Brindley, esposa de un ingeniero que trabajaba en las minas. Ross y Stonehewer-Cooper apuntan que la presencia de aquellas damas, fuese la Sra. Woods o la Sra. Brindley, habría sido razón de orgullo para cualquier salón de la Gran Bretaña.

En su primera tarde en Tresviso, los dos viajeros disfrutan de una excelente cena con el matrimonio Woods y su invitada. Tras la comida, la reunión se prolonga alrededor de la chimenea, contando historias de viajes, hablando de amigos comunes o de familiares de la lejana Inglaterra, y terminando por entonar, todos juntos y emocionados hasta llegar casi a las lágrimas, antiguas baladas de su amado país.

Al finalizar la velada, como todas las camas de la casa estaban ocupadas, los dos recién llegados debieron acogerse a la hospitalidad del párroco de la aldea. A hora relativamente avanzada, y en medio de la oscuridad, el frío, el granizo y el viento, un guía les llevó hasta la aldea, siguiendo un camino a cuya izquierda se adivinaba un gran precipicio. El párroco, que se había ausentado durante un tiempo, les había dejado su vivienda, la única que podía jactarse de tener una o dos ventanas acristaladas, y en ella se quedaron varios días, al cuidado del sacristán y su esposa, una mujer que mantenía la casa escrupulosamente limpia.

La estancia en Tresviso sirvió para que los dos viajeros recogiesen múltiples detalles de la vida en la aldea, de sus gentes y sus construcciones. No podemos repetir aquí tan largas descripciones, pero sí nos detendremos en un párrafo en el que vuelven a aludir a Don Jaime y a su familia: Junto a la iglesia se halla el "campo santo" y, cerca de él, junto a la tapia, se halla la única tumba inglesa de Tresviso. Este elocuente recordatorio de las desdichadas diferencias que hay entre los cristianos es la última residencia de uno de los niños pequeños de Mr. Woods. Parece evidente que los Woods, como ingleses que eran, pertenecían a la confesión anglicana y, por tanto, no podían recibir sepultura en un cementerio católico.

En otro momento, cuentan una historia que debió parecerles divertida: la Sra. Woods regaló a una de las niñas del pueblo una bonita muñeca inglesa, pero a la pequeña no debió parecerle un juguete interesante, ya que la entregó al cura del pueblo. Ross y Stonehewer-Cooper no saben cómo ni por qué, pero la citada muñeca se encontraba desde entonces en uno de los altares de la iglesia, como si de una ofrenda votiva se tratase.

Aún más curiosa es la historia de las babosas, o "rumiagos". Don Jaime hospedó en su casa al "Baron H.", conocido naturalista que pasaba grandes ratos dedicado a recolectar especies de su interés en los alrededores del pueblo. En esta labor se hacía acompañar de un anciano vecino, quien se fijó con qué interés el extranjero recogía una gran babosa, lo que le llevó a deducir que los rumiagos son muy valiosos, pero muy escasos en el país del señor inglés. Y llegó a la conclusión de que, si recogía estos animalillos en buena cantidad, no sólo le daría una alegría a Don Jaime, sino que tal vez ganaría algún dinero. Dicho y hecho: a la mañana siguiente, acompañado de su esposa, se presentó en casa de Don Jaime acarreando una cesta que contenía no menos de veinticinco libras de babosas. El buen hombre contó su propósito a un sorprendido Woods, quien le aclaró la inutilidad del trabajo que se había tomado. Muy frustrado, el vecino de Tresviso decidió entonces arrojar la "preciada" carga a través de la tapia del jardín del inglés, donde los hermosos repollos que allí crecían se convirtieron en un manjar para los "rumiagos".

La lectura de estos relatos suscitó en nosotros una serie de nuevas preguntas: ¿quedaría en Tresviso alguna huella de la presencia de los ingleses? ¿Existiría aún la tumba del pequeño Woods? ¿Se habrá conservado entre los tresvisanos algún recuerdo de esta historia? Con el ánimo de indagar en todo esto, hicimos algunas visitas a Tresviso y contactamos, tanto allí como en otros lugares de Cantabria, con diversas personas que, poco a poco, han ido aportando algo de luz sobre James Pontifex Woods y su familia.

Los hermanos Javier, Feliciano y Miguel Campo, que desempeñan en Tresviso los cargos de alcalde, teniente alcalde y secretario del juzgado de paz, respectivamente, y que aman extraordinariamente a su pueblo y se interesan vivamente por su historia, nos recibieron en la acogedora taberna de su propiedad y nos contaron todo lo que ellos sabían sobre los Woods. Por ellos supimos que, junto a la tapia del cementerio, tal como señaló Mars Ross, se conserva una lápida sin inscripción que corresponde a la tumba de un bebé de origen inglés, nacido en Tresviso hace 125 años y fallecido pocos meses después. Esta losa es el ara de un antiguo altar, a la que, quizá por el hecho de ir destinada a cubrir el enterramiento de un no católico, dieron la vuelta. La cara visible muestra una excavación rectangular, con dos orificios, destinada, según parece, a quedar encastrada en la base que sostenía el ara. En esa misma cara, grabada toscamente, se observa un aspa; pero no parece que con ese signo se pretendiese reproducir una cruz, sino que tiene el aspecto de ser una simple señal.

Y en el Ayuntamiento de Tresviso está archivada el acta de nacimiento del pequeño Woods. Por este documento sabemos que Huberto Arturo Woods nació en esa aldea el 22 de febrero de 1883, siendo hijo de Jaime Pontifex Woods, de profesión minero, casado, cuarenta años de edad, natural de Londres y vecino de Tresviso, y de Carlota Woods, de veintitrés años de edad. Por línea paterna eran sus abuelos Jaime y Anne Woods y por línea materna Guillermo y Margarita Goodrich. Firman el documento el padre del niño, el Juez, Ramón del Campo, y varios testigos. Desgraciadamente, solamente seis meses más tarde, otro juez municipal, Mateo del Campo, redacta un acta de defunción, en la que se especifica que el pequeño Huberto Arturo falleció de "alferecía" 5. a las siete de la mañana del 4 de septiembre de 1883. [Esta fecha demuestra que, cuando los viajeros Ross y Stonehewer-Cooper llegaron a la casa de los Woods, hacía pocas semanas que había acaecido tan triste suceso en la familia].

Preguntados los hermanos Campo por el emplazamiento de la vivienda de la familia inglesa, nos relatan algo sorprendente: hace unos dos o tres años, llegaron a Tresviso un grupo de ingleses que dijeron ser descendientes de los Woods. Los ingleses, de los que, desgraciadamente, los Campo no conservan ningún dato, traían con ellos una fotografía de la casa e hicieron la misma pregunta que nosotros. Pero en Tresviso no se conservaba el recuerdo del edificio y lo único que la foto demostró, fue que éste ya no existía. La imagen, en la que se veía una buena casa, tampoco permitía determinar con seguridad el lugar donde estuvo situada, ya que apenas se apreciaban los alrededores. Sin embargo, algún detalle que los Campo observaron, les sugirió que podría corresponder a las ruinas (simplemente la base de unos muros de piedra) que existen en un punto situado por encima de la canal de Pría. Examinado el lugar, encontramos los restos, cubiertos actualmente de avellanos y matorral, y llegamos a la conclusión del acierto de tal suposición: la posición de la casa, sus grandes dimensiones, las vistas de que disfruta, la distancia al pueblo… todo coincide con la descripción que dejaron Ross y Stonehewer-Cooper. Los muros de piedra debieron soportar las paredes de madera del edificio.

Nuestra curiosidad no acabó aquí, sino que nos preguntábamos qué había sido de la familia Woods. Algunos indicios, como la nota de Gustavo Schulze y otras referencias, sugerían que habían terminado por mudarse a Comillas. La mina que Don Jaime había explotado en las cercanías de Tresviso debió ir mal y Mr. Pontifex Woods diversificó sus negocios, abriendo nuevas explotaciones ( otra mina de cinc en San Felices de Buelna ) y montando una piscifactoría junto a la ría de La Rabia, cerca de Comillas: "la Great Fishery of La Rabia".

En las afueras de Comillas, junto a la ría de La Rabia, "Don Jaime" levantó una hermosa casa de estilo inglés 6. que todavía existe, para cuya construcción hizo venir a un arquitecto de Inglaterra. A la muerte de Woods, que tuvo lugar en esa localidad, su viuda vendió la casa al Sr. Güell 7. , cuyos descendientes siguen siendo sus actuales propietarios. Son ellos, especialmente Doña Adela Güell y Doña Victoria Ibarra, quienes, amablemente, nos han facilitado los datos de esta parte de la historia. Ambas señoras nos contaron que James Pontifex Woods está enterrado en Comillas y que, tras su fallecimiento, la viuda, que había quedado en difícil situación económica, se vio obligada a vender la casa y regresar a Inglaterra. De ella, la bella Charlotte Woods, huida de la casa londinense de sus padres cuando era casi una niña, y a quien Woods, tras encontrarla atribulada y llorando en un café de París, ofreció ir con él a un lugar que estaba en el fin del mundo, quedan retazos de una historia que se mezcla casi con la leyenda y que sería propia de una gran novela decimonónica… Un miembro de la familia Güell se está interesando en recabar información sobre este personaje, de modo que quizá algún día podamos conocer su perfil completo.

Mientras tanto, nosotros, cuando recorramos de nuevo el hermosísimo sendero que asciende desde Urdón a Tresviso, al llegar a la collada que se sitúa sobre la canal de Pría, nos detendremos unos instantes junto a las ruinas e imaginaremos la residencia de los Woods cuando estaba llena de vida. Aquella vivienda, asomada a los espectaculares abismos del cañón del Urdón, trasladaba a los agrestes Picos de Europa el ambiente de la sociedad victoriana. Recordemos que en aquellas fechas, principios de la década de 1880, faltaban aún bastantes años para que los Picos de Europa comenzasen a ser divulgados a través de las publicaciones del conde de Saint-Saud. Tresviso era, todavía, un lugar verdaderamente perdido en las montañas.


Villa Otero, Elisa, Longo, Jesús, "Don Jaime, el inglés de Tresviso", Peña Santa, 5, Cangas de Onís, 2008.



Bibliografía

Fita, P. F., San Miguel de Escalada y Santa María de Piasca. Datos inéditos, Boletín de la Real Academia de la Historia, 34 (IV), 1899, pp. 311-343.
Gutiérrez Sebares, J. A., El metal de las cumbres. Historia de una sociedad minera en los Picos de Europa (1856-1940), Gobierno de Cantabria, Consejería de Medio Ambiente, 2007, 362 pp.
López García, D., Cinco siglos de viajes por Santander y Cantabria, Librería Estudio. Concejalía de Cultura del Ayuntamiento de Santander, 2000, 748 pp.
Ross, M., Stonehewer-Cooper, H., The Highlands of Cantabria, Sampson Low, Marston, Searle & Rivington, London, 1885, 378 pp.
Villa Otero, E., Martínez García, E., Truyols Santonja, J., y Schulze Christalle, P., Gustav Schulze en los Picos de Europa (1906-1908), Cajastur, Oviedo, 2006, 293 pp.


Notas

1. Las dificultades para entender la caligrafía de Schulze provocaron que el nombre de Woods se transcribiera con errores ortográficos en el libro que recoge los diarios del geólogo alemán (Villa y otros, 2006).^
2. El Padre Fidel Fita, eminente historiador que llegó a presidir la Real Academia de la Historia, menciona a James Pontifex Woods al relatar que éste le ha hecho llegar un valioso pergamino con datos inéditos sobre San Miguel de Escalada y Santa María de Piasca: …ha sido comprado no ha muchos días por el erudito inglés Mr. James Póntifex Woods, avecindado en el puerto de la Rabia, cerca de Comillas, provincia de Santander. Hallábase dentro de un viejo armario, cuya entalladura de arte ojival le ha valido el ser adquirido á subido precio por quien se dispone á sacar de él mejor partido en América…^
3. La obra "The Highlands of Cantabria" nunca ha sido publicada en España, pero en el volumen "Cinco siglos de viajes por Santander y Cantabria" (López García, 2000) se reproducen, traducidos al castellano, extensos fragmentos de la misma.^
4. Aparentemente, aunque lo firman los dos, es Mars Ross quien redacta el texto.^
5. Se decía que un niño había fallecido del "mal de alferecía" cuando había sufrido convulsiones similares a la epilepsia. En realidad, el origen podía ser cualquier infección que hubiese cursado con fiebres elevadas, diarrea y deshidratación, cuadros comunes en la época que desembocaban a menudo en convulsiones y tenían un desenlace fatal.^
6. Según el profesor Luis Sazatornil, de la Universidad de Cantabria, el ingeniero James Pontifex Woods, siguiendo un proyecto propio, mandó construir la casa de Comillas en la década de 1880.^
7. El conde Eusebio Güell, importante industrial textil catalán, contrajo matrimonio en 1871 con Isabel López, hija del primer Marqués de Comillas.^



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